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divendres, 21 de febrer del 2020
EL LIBRO DE ARENA
Creo que fue a finales de mayo o principios de junio que encontré una cuartilla doblada entre los libros de una estantería en la Librería Catalònia donde yo trabajaba, enfrente de la Plaza Catalunya, donde hay actualmente un McDonald's. Era una carta firmada por el librero Marçal Pineda, con fecha de 20 de mayo de 1999. La carta fue toda una sorpresa, Marçal Pineda murió en el año 1967 y la datación hacía imposible que pudiera ser él el autor de aquel escrito. El contenido era la continuación de libro conmemorativo del 25 años de la librería Catalònia-Casa del Libro, el año 1949. Un dietario titulado “Veinticinco años de librería. Apuntes de un dependiente” que contenía desde el año 1924 las experiencias del librero y la evolución de la librería desde los orígenes. La carta, a diferencia del dietario publicado años atrás, estaba escrita íntegramente en catalán. Me pareció sorprendente encontrarme este documento y lo comuniqué a la dirección. Como se estaba confeccionando el libro del 75 aniversario de la Catalònia, el gerente Sebastià Borràs, hijo de Manuel Borràs uno de los fundadores de la librería, me pidió que incluyera este documento en el volumen conmemorativo, sé que en el fondo sospechaba de la autoría de la carta, pero quizás por la urgencia de la confección del libro lo dio por bueno.
Dieciocho años más tarde me invitaron al “Festivalul Internacional de poezie de Bucarest”. Allí conocí el poeta Hugo Mujica, hicimos una excursión a la casa museo Tudor Arghezi, y ante un jardín de cerezos fascinante, rompí el silencio para hablar del árbol de la vida y de la manzana como el fruto icónico del pecado. Mujica muy serio sostenía que haríamos bien en dudar de que fuera una manzana el fruto que compartieron Adán y Eva ya que en ningún pasaje del Génesis se define el nombre del fruto. La opinión de Mujica me merecía respeto, me consta que pasó siete años encerrado en un monasterio trapense ejerciendo voto de silencio y dedicado al estudio de los textos bíblicos y la oración. También me habló de la existencia del libro “Holly Writ, Bombay” que él conoció a través de un extraño escocés vendedor de biblias en New York. En los años 60 Mujica experimentaba con los sicotrópicos bajo la tutela de Timothy Learn y Ralph Metzner. Y esto mucho antes de que Jorge Luís Borges escribiera el relato “El Libro de Arena”.
La cosa no tendría mayor importancia si no fuera que aquel mismo año, a principios de septiembre coincidí con el poeta argentino Juan Arabia en Pereira, Colombia, en el marco del Festival de poesía “Luna de Locos” que convoca cada año el infatigable Giovanny Gómez. En una de las lecturas programadas nos llevaron al pueblo de Belén de Umbría en la región de Rosaralda. En el trayecto, entre cafetales y carreteras sin asfaltar, llenas de curvas de fuerte pendiente, hablamos del misterioso relato de Jorge Luís Borges “El Libro de Arena”. Juan, entonces, me confesó que en Los Ángeles, en un café japonés de Abbot Kinney Boulevard, Venice, el Shuhara Matcha Café, se encontraba en un rincón, delgado, con arrugas y muy blanco, casi transparente, un viejo que hablaba solo, ensimismado. Reaccionó al momento, al percibir el acento de Juan, casi gritando: “!Yo conocí a Borges!”. Con los ojos como platos Juan le iba escuchando con mucha atención, el viejo no se identificó, iba algo bebido por los tragos de sake y aseguró a Juan que los hechos que narra Borges eran ciertos, “El Libro de Arena” era todo un prodigio, ni empezaba, ni acababa, era de un infinito exasperante que angustiaba a todos aquellos que lo abrían. Se trataba de una maravilla que había alterado la vida de los lectores inconscientes del peligro, convirtiéndose en una verdadera pesadilla, de vez en cuando, el escocés mostraba alguna emoción oculta que desaparecía al instante bajo una impenetrable mirada de reptil. Confesó a Juan, que desesperado marchó a New York para tratar con los gurús de la sicodelia, que el libro le quemaba en las manos. Supo del bibliotecario argentino por Hugo Mujica. Aquella historia me sonaba. El escocés viajó a Argentina e hizo todo lo posible para encontrarse con Jorge Luís Borges, lo visitó a su domicilio de la calle Belgrado. Después de la transacción, nunca más volvió a Argentina. Juan Arabia se llevó la curiosidad a casa y al poco tiempo, a la Universidad de Buenos Aires en una conversación banal con el profesor especialista en la obra de Samuel Beckett y Bernat Metge, un hijo de catalanes exiliados, Lucas Margarit, que extrañamente conocía aspectos intestinos de la literatura argentina reciente, le explico a Juan, en confianza, que sabía que “El Libro de Arena” de Jorge Luís Borges existía y que aquel extraordinario volumen viajó de la Biblioteca Nacional Argentina a Barcelona, a una famosa librería de la Plaza Catalunya por encargo de Antonio López Llausàs, uno de los fundadores de la Librería Catalònia, que en Argentina fue conocido por haber creado la Editorial Sudamericana. Borges vendió el prodigioso libro a López Llausàs, después de recuperarlo del escondrijo donde lo ocultó en la Biblioteca Nacional Argentina como explica en el final del famoso relato. Nadie sospechó nada ni cuando lo fue a dejar ni cuando lo recuperó, Jorge Luís Borges era la sombra que llenaba todos los espacios y todos los tiempos de los volúmenes que pasaron por su mano.
Cuando volví a Barcelona no podía dejar de pensar que “El Libro de Arena” fue a parar a la librería Catalònia, seguro que en algún momento u otro estuvo allá y me cité con Sebastià Borràs, que me explicó con todo detalle lo que me faltaba de la historia: López Llausàs, entusiasmado por obtener un libro tan prodigioso y advertido por sus peligros, lo envió por barco a Barcelona, perfectamente empaquetado, a las oficinas de la editorial Selecta, con órdenes estrictas de no abrirlo nunca bajo ningún concepto. El libro quedó olvidado entre las estanterías del almacén de la editorial, sobre los despachos de la administración de la librería. Sucedieron cosas extrañas, como las apariciones fosforescentes de los antiguos clientes de la librería de antes de la guerra civil o el incendio, anunciado entre sombras, del año 1979. Curiosamente el único volumen que se salvó de aquella desgracia estaba envuelto entre trapos y tenía el titulo legible de “Holy Writ, Bombay”.
A los pocos días comencé a entenderlo todo. El 20 de mayo del año 1999 el fantasma de Marçal Pineda, no tengo duda sobre eso, se puso en contacto conmigo y me facilitó la carta que se publicó en el volumen del 75 aniversario de la librería. También, las señales que se esconden en las pinturas perturbadoras de Amèlia Riera, vecina del edificio de la Sudamérica, todo estaba conectado a la maquinaria de un libro de libros, más allá del mundo de los vivos y de los muertos, fascinante, inconmensurable, como la biblioteca de Babel.
Pero el libro, dónde está ahora? Algunos afirman que con las obras del Mc Donald's el libro quedó enterrado bajo metros de cemento, otros dicen que volvió a Buenos Aires por mediación de una sociedad secreta argentina relacionada con el PEN Club. Hay quien de noche escucha unos gritos horribles en arameo en el Ateneu Barcelonès. Es un misterio. Hugo Mujica no me dijo cuál era el fruto del árbol de la ciencia. Me dejo el interrogante. Pero “El Libro de Arena” es muy claro en este aspecto, yo mismo entré. Solo os diré que si el árbol es el cuerpo humano, la práctica de la lectura es pura antropofagia. Arena sobre la arena.
Jordi Valls