José
García Obrero es un poeta de base sólida que va consolidando una
trayectoria lúcida y personalísima. Tocar arcilla al fondo
es su cuarto trabajo editado y probablemente el culmen de un
laborioso quehacer. Con Un dios enfrente y Mi corazón no
es alimento marcó los parámetros de su poética. El valor
principal de García Obrero es la franqueza. A partir de ese punto de
referencia se dibuja una poesía atenta a los detalles de la vida.
García Obrero es un poeta sensible, observador, atento, con los
recursos bien aprendidos del oficio. Lo ínfimo convive con lo
trascendente: La familia, la amistad, el amor, el deseo. Si la
pérdida fue el primer motor del poeta, ahora, adquiere volumen y
complejidad. Las preguntas irresolubles se van condensando en un
mundo simbólico personalísimo que dialoga con su entorno inmediato,
con sus contemporáneos y con la tradición.
Fue
con La piel es periferia que ofreció al público
lector el muestrario de sus cualidades poéticas, con este
título ganó el premio Ciudad de Burgos, que a su tiempo le
proporcionó nuevos y curiosos lectores. En La piel es periferia
se confirma el poeta. Hay una clara ampliación del campo de batalla.
García Obrero, siempre atento, siempre en proceso de aprendizaje,
nos sorprende con nuevas paradojas que hilvana con preciosismo. Se
afianzan los cimientos de su artesanía y como un orfebre atento va
añadiendo precisos cambios que enriquecen y añaden volumen a su
poética. Domina la intensidad, a veces con guante de seda, a veces
con precisos golpes de látigo. García Obrero demuestra que la
poesía no necesita del extremo para ser peligrosa. Las cuerdas de la
poesía son múltiples y las maneja magistralmente.
Tocar
arcilla al fondo no es tan solo un paso más en la carrera de
García Obrero, supone una clara consolidación. Los poemas adquieren
más volumen, la atmósfera se vuelve densa, a veces familiarmente
irrespirable, pero al mismo tiempo procesa algo entrañable. Esa
poesía remite a la mediterraneidad de Eugenio Montale, recuerda los
poemas “Ossi di sipia”. En el poema “Anunciación” inicia su
andadura “Todo se originó un verano. / El mundo tuvo su germen
en un sopor; / un caldo denso como el colchón de espuma / de la
siesta.” No hace falta describir el lugar, solo hace falta el
simple hecho de hacer las preguntas adecuadas, de pincelar las
sensaciones para crear ese clima de extrañeza. El “lugar” es un
espacio de juicio, de purga, donde el único tribunal es la voz del
poeta: ¿De qué te quejas, di, crees ser el único? / No hay
exilio más cruel que echar raíces. Pero ese sopor nos remite
también a la narrativa de Alejo Carpentier, al sopor que va de los
trópicos al patio de luces o al lavadero donde descansa, entre la
humedad y el olor de lejía, el cadáver de Ofelia, más allá del
eco de Shakespeare/Hamlet. Responsable de lo que no pudo llegar a ser
porque el destino es la anaconda sin piedad que se traga las acciones
oblicuas y nos escupe la piel de la nostalgia. Por eso el poeta debe
fijar esa posibilidad inconclusa: Tras el diluvio, esta certeza:
bajo una luz y la siguiente, / lo que ahora es, ahora es memoria,
ahora, olvido.
Un
ejemplo claro de esta poética enigmática y evocadora:
ABSTINENCIA
A
fuerza de ignorarla llega un momento
en
que la sed desaparece.
Desde
ese día, un deseo soterrado
te
somete de manera imprevisible.
Puede
ser en la fila central de una sala
de
cine o en un ambulatorio:
los
ojos agrietados, la respiración
rota
como un ala de nieve
dan
avisos al labio que termina
por
beberse sus adentros.
Das
media vuelta y acudes crujiendo,
como
otoño, a la amargura.
Persigues
el porqué de esos terrones negros
que
te cubren los párpados.
Una
larga lombriz se ha enroscado en tu lengua:
el
agua se ha olvidado de tu nombre.
La
poesía de García Obrero navega entre el eco acuciante del
predicador y el abismo que representa esa nada anunciada con toda la
exuberancia de detalles. Si Dios insufló aliento a la arcilla, el
poeta palpa ese fondo en su propia exhalación: La sustancia de la
vida es un balcón / donde nos asomamos a observar / los cables que
nos unen al absurdo.
Así
pues, sin el refugio de la tradición; ¿dónde se oculta el sentido
del eco? Tocar arcilla al fondo es averiguar hacia donde
conduce esta aventura de introspección. García Obrero es metódico,
lento, eficaz. Quizás, por eso, las imágenes aparecen destiladas
con sorprendente originalidad, como ejemplo sirva el poema “La
colina” dedicado al poeta Mark Strand: El silencio, a veces, es
hosco corazón, / pero otras, ahuyenta al perro / que ha enterrado
los huesos de la luz.
Ya
lo anunciaba el poeta en su anterior libro La piel es periferia.
Profundizar hacia dentro nos permite entender lo que subyace
fuera, también en el camino inverso de la expansión descriptiva. La
materia humana, más allá de los artificios que ejercen de frontera,
forma parte de la naturaleza. Conforma no solo un nexo sino una
continuidad de consciencia. Eso significa conocer los límites de lo
perceptible: Todo lo que se va por el desagüe / de la materia
oscura, / del agujero negro que asoma a la garganta; / todo lo que
nos acaricia con ternura / y acaba por abrirnos una herida.
Vivimos
en un mundo de sombras, de simulacros de identidad, carecemos de la
certeza de nuestro propio carácter. En un mundo que cambia y nos
hace cambiar continuamente ¿Qué es la identidad? Se intuye un
secreto en el fondo de las sombras, allá donde la infancia creo las
primeras emociones en la forma de los mitos íntimos, de los lares
del hogar.
Hay
una cita de Antonio Gamoneda que encabeza el poema “Huellas”: Ten
piedad en mi boca, liba, lame / amor mío, la sombra. Así, el
muro, la puerta, esos límites a la naturaleza, al árbol, al bosque
incendiado, al horror de la vida, con toda su crueldad, que la
“civilización” nos evita mirar, y a modo de defensa, nos
canibaliza. Paradójicamente la naturaleza también aplica sus leyes
al mundo artificial que nos protege. Pero somos animales
comunitarios, nos arropamos los unos a los otros, la amistad, el
amor, es un refugio sólido: Desde un portón se aproxima
implacable la gran sombra / y en vez de huir, sabiéndonos unidos, la
velamos.
En
el delicado poema “La cierva” detectamos esa comunidad en los
niños que acompaña una cierva cerca de un lago, donde hay un padre
que permanece allí como punto de referencia, pero la acción es de
los niños que siguen la cierva en un juego infantil, cuando estos se
hartan vuelven al punto de origen, donde se halla el padre pero al
otro lado de la orilla del lago. Ha habido un cambio imperceptible y
la atmosfera se repliega en el padre; quizás se trata de un sueño,
o de un momento cenital de absoluta consciencia, de concreción de
las sombras. El cambio no es peligroso solo un fenómeno que altera
la atención principal del poema.
El
cambio, las diferentes percepciones de las sombras, de un destino
vital: Si sientes bajo el rostro el filo de una raíz, / todo lo
que anhelabas habrá quedado atrás / y seguirás andando.
García
Obrero ha conseguido un libro que sorprende por su profundidad
intelectual y amplia el talento evocador de una poesía muy
trabajada, tocando en su propia arcilla el cáliz la identidad, donde
se evidencia la continuidad del trayecto humano con la naturaleza
exterior que lo rodea. Como resume Alejandro Simón Partal: Estamos
ante un poeta necesario, un hombre sin estridencias ni concesiones,
que sin pretenderlo llega hasta las partes más hondas de nuestra
existencia, donde palpita lo que secretamente llevábamos tiempo
esperando.
Jordi Valls